Había una vez un profeta poderoso llamado Elías. Era un misterioso hombre de Dios que parecía haber salido de la nada. No sabemos nada de su pasado o su niñez, pero sí sabemos que Dios lo usó en maneras grandes y poderosas.
Elías vivió durante el reinado del Rey Acab y su malvada esposa, Jezabel. Acab y Jezabel no siguieron los caminos de Dios y por eso Dios los castigó.
Una vez, en una montaña llamada el Monte Carmelo, ocurrió un enfrentamiento. Elías retó a los profetas de Baal y Dios probó que Él era el único Dios verdadero y viviente. Después de que Dios se dio a conocer, Elías mató a los profetas impíos de Baal.
¡Jezabel estaba furiosa! ¡Ella declaró que Elías, el profeta de Dios moriría!
Elías huyó de todos. Se fue al desierto, triste y solo. Sentía que le había fallado a Dios, y no podía seguir más.
Mientras estaba recostado debajo de un árbol de enebro, Dios envió a un ángel especial para cuidar de Su profeta y siervo. El ángel despertó a Elías, lo alimentó y le dio agua. Pronto la fuerza de Elías se restauró y él viajó durante cuarenta días hacia un lugar llamado el Monte Horeb, donde entró en una cueva.
Cuando Elías estaba anhelando oír la Voz de Dios, vino un grande y poderoso viento. Fue tan fuerte que arrancó rocas de la montaña; pero Dios no estaba en el viento.
Luego, ocurrió un terremoto; pero Dios no estaba en el terremoto.
Después, vino un fuego; pero Dios tampoco estaba en el fuego.
Finalmente, después del enorme viento, el terremoto y el fuego, Dios le habló a Su siervo, Elías. ¿Cómo podría Dios hablar de una forma más grande y poderosa que con el viento, el terremoto y el fuego? ¿Qué enviaría después? ¿Sería algo inmenso y ruidoso? ¿Sería algo que la gente oiría a muchos kilómetros de distancia? ¿Estremecería toda la tierra? No, fue una Voz apacible y delicada.
Dios escogió hablarle a Su profeta en una manera delicada y tranquila. Él pudo hablar de muchas maneras distintas, pero Él escogió esa. ¿Sabías que Dios todavía habla en una Voz apacible y delicada? Si estás en silencio y le prestas atención, le oirás. Él le habla a tu corazón. Si tan sólo le dedicas tiempo a escuchar, puedes oírlo cuando te habla. Deja todas las distracciones del mundo, quédate a solas con Dios y pídele que te hable. Luego, ponle atención a esa Voz apacible y delicada.