Había una vez una mujer piadosa llamada Ana, que quería un hijo más que cualquier cosa en el mundo.
Ella estaba segura de que si Dios le daba un bebé, haría todo lo posible para que fuera criado para Dios. Ella estaba desesperada, hasta que un día Dios respondió su oración y le dio el niño que tanto había anhelado. Aparte de eso, Dios le dio a Ana un regalo extraordinario: su hijo no era un niño cualquiera, sino que nació para ser un profeta de Dios. Ella llamó a su hijito profeta, Samuel. Ana le cumplió su promesa a Dios y llevó a Samuel para que fuera criado en el templo por el sacerdote Elí.
Cuando Samuel todavía era un niño en el templo, oyó una voz llamándolo mientras dormía: “¡Samuel, Samuel!”. Enseguida Samuel fue al sacerdote, Elí, para ver qué necesitaba. Pero no era Elí el que llamaba.
Elí le dijo a Samuel que volviera a acostarse. Luego, la Voz regresó, y Samuel fue a Elí y dijo: “¡Heme aquí!”. Pero Elí respondió: “Hijo, yo no he llamado, vuelve y acuéstate”. Entonces sucedió por tercera vez, y de nuevo Samuel vino a Elí. Esta vez, el sacerdote anciano y sabio se dio cuenta de que Jehová llamaba al niño. Entonces Elí le dijo a Samuel: “Ve y acuéstate: y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye”.
Entonces Samuel fue y de nuevo se acostó en su lugar, y sin duda Jehová volvió y llamó como las otras veces: “¡Samuel, Samuel!”. Y Samuel respondió: “Habla, porque tu siervo oye”. Entonces el Señor le dijo a Samuel lo que le sucedería a la casa de Elí. Aunque él sólo era un niño, Samuel oyó la Voz de Dios y le prestó atención.
Después de que esto sucedió, la Biblia dice: “…Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras”.
Esa noche Samuel aprendió una lección importante. Aprendió a escuchar esa Voz apacible y delicada que le hablaba a su corazón. Desde ese momento, el Señor pudo hablarle a Samuel y profetizar por medio de él a los hijos de Israel y al mundo. Samuel se volvió el portavoz de Dios para la gente de esa edad, así como el Hermano Branham lo es para la gente de esta edad, porque él siempre escuchó y obedeció a esa Voz apacible y delicada.
Dios puede hablarte a ti, así como lo hizo con Samuel y el Hermano Branham; por tanto, siempre debemos asegurarnos de prestar mucha atención cuando oímos algo hablándole a nuestros corazones. Quizás sea esa Voz de Dios apacible y delicada.