Una vez, Dios mismo fue el arquitecto de un barco enorme y para construirlo escogió a un buen hombre llamado Noé.
Todo comenzó cuando Dios se disgustó por el comportamiento de la gente. Todo lo que hacía la gente era malo e impío. Parecía que ya nadie amaba a Dios; nadie excepto Noé.
Dios miró la maldad que había en la gente y decidió destruir toda la tierra con un gran diluvio. Solo quería que sobrevivieran Noé, su familia y los animales. Así que Dios le enseñó a Noé a construir un barco gigante que fuera suficientemente grande y fuerte para resistir la terrible inundación.
El barco debía ser gigante: 300 codos de largo, 50 codos de ancho y 30 codos de alto.
¡Eso es casi 137 metros de largo, 23 metros de ancho y 14 metros de alto! Tenía que hacerlo de madera de gofer y echarle brea (algo así como alquitrán) por dentro y por fuera. El enorme barco sólo tendría una ventana, la cual estaría en la parte de arriba.
Noé y su familia trabajaron y trabajaron en el arca. Siguieron perfectamente el plan de Dios y la construyeron como Dios les dijo. Por fin la habían terminado, pero faltaba mucho para que su trabajo concluyera.
Después, Noé y su familia debían reunir a los animales. Estos entraron de dos en dos y llenaron esa enorme arca. Ellos tenían que alimentar a los animales y mantenerlos limpios y contentos. Era muchísimo trabajo, pero probablemente también fue muy divertido.
Imagínate a Noé y su familia levantándose temprano en la mañana para revisar a los animales. Cuando terminaban de revisarlos, ¡tal vez ya era hora de dormir otra vez!
Por fin, Noé y su familia estaban listos. La enorme arca estaba terminada y todos los animales estaban en su lugar y listos. Entonces, después de preparase por años y años, por primera vez en la historia del mundo, empezó a llover.
Llovió y llovió, hasta que al final el mundo entero estaba cubierto por agua. El arca que Dios diseñó flotó según lo planeado. ¡Logró soportar la tormenta y mantener vivo a Noé!
Ahora, si el Dios que llevó esa vida animal a entrar en el arca aún es el mismo Dios, por instinto los dirigió a alejarse del peligro, alejarse de esas paredes que caerían. Pues, si—si un ave y una oveja y una vaca, y la vida animal, tienen el instinto suficiente para ser dirigidos a alejarse del peligro, cuánto más debería tenerlo la Iglesia de Dios para huir de las paredes de las cosas del mundo hoy, cuando están a punto de derrumbarse. Salgan amigos; párense por Cristo; crean en Cristo.
La reina de Sabá, 60-0710