En el Libro de Jueces, del Antiguo Testamento, aprendemos la historia de un campesino pobre llamado Gedeón.
Un día, Gedeón trillaba el trigo y trataba de esconderlo de los ladrones madianitas. Él sabía que robarían todo lo que vieran. Estaban rodeados de enemigos que no les daba miedo atacarlos cuando veían algo que querían.
De repente, Gedeón vio al Ángel del Señor parado bajo una encina. El Ángel dijo: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente”.
Gedeón respondió: “Ah, señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? Y ¿dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado…?”.
¡El Ángel le dijo a Gedeón que Dios lo había escogido para derrotar a los madianitas! Gedeón no podía creerlo; él era un don nadie, provenía de una familia pobre y era el menor de todos. Gedeón necesitaba una señal de parte de Dios, así que el Ángel le dijo qué hacer para recibir su señal. Pronto, Gedeón regresó exactamente con lo que el Ángel dijo. Él debía traer una comida con cabrito y panes sin levadura. La colocó sobre una piedra tal como el Ángel lo instruyó. Entonces Gedeón recibió su señal. ¡El Ángel tocó la ofrenda con la punta de su cayado y subió fuego de la piedra que consumió la carne y el pan! De repente, el Ángel despareció.
Al pasar el tiempo, Gedeón se dio cuenta de que sin duda Dios lo había escogido para luchar contra los madianitas. Él siguió haciendo todo lo que Dios le decía y Dios continuó mostrándole señales a Gedeón que probaban que estaba con él.
Pronto, a Gedeón lo acompañaba un enorme ejército. Ciertamente Dios lo había bendecido y preparado para una gran batalla y victoria; pero las cosas no ocurrirían exactamente como Gedeón pensaba.
Verán, Dios quiere que la gente comprenda lo poderoso que es Él. Si el ejército de Gedeón hubiera sido demasiado grande, la gente habría pensado que ganaron la batalla por su propia cuenta, sin la ayuda de Dios. Así que Dios decidió reducir al gran ejército. Él sabía que podía confiar en que Gedeón haría todo lo que Él dijera, entonces le ordenó preguntarle a cada soldado si tenía miedo. Los que dijeran que sí debían regresar a casa. Los que no tenían miedo se quedaron. Rápidamente, el ejército de Gedeón se disminuyó de 32.000 soldados a sólo 10.000. Pero Dios aún no había terminado.
Luego, Dios le dijo a Gedeón que llevara a todo su ejército a tomar agua. Gedeón observó mientras cada uno saciaba su sed. La mayoría se arrodillaron y bebieron directamente del agua, mientras que sólo unos pocos bebieron el agua de sus manos. Gedeón separó los dos grupos. Los que se arrodillaron regresarían al campamento, pero los que recogieron el agua en sus manos se quedarían a pelear. ¡Del ejército de Gedeón sólo quedaron 300 hombres! ¡Dios había reducido el ejército de Gedeón de 32.000 soldados a sólo 300! Pero Dios tenía un plan.
Gedeón repartió los 300 hombres que le quedaban en tres grupos de 100. En lugar de una nueva súper arma, Gedeón le dio a cada hombre una trompeta y un cántaro con una antorcha adentro. ¿Cómo lucharían contra miles de madianitas con trompetas, cantaros y antorchas?
Finalmente, Gedeón les dio a todos sus órdenes. A la medianoche debían rodear el campamento del enemigo y todos al mismo tiempo soplar las trompetas lo más fuerte que pudieran. En ese mismo momento, romperían los cantaros y mostrarían la antorcha que estaba adentro.
Cuando los madianitas oyeron las trompetas y vieron las antorchas, se aterrorizaron. Miles y miles de madianitas asustados huyeron tan rápido como pudieron. Estaban seguros de que habían sido derrotados.
Israel se unió con Gedeón y derrotaron a los madianitas, que estaban huyendo. Una vez más, Dios mostró cuán poderoso era, con sólo con 300 soldados y un líder fiel.