Sansón nació especial. Su madre no podía tener hijos, hasta que un día el Ángel del Señor se le apareció y le dijo que tendría un hijo. El Ángel también le dijo que ella jamás debía cortarle el cabello porque él sería nazareo a Dios y que comenzaría a librar a Israel de los filisteos.
Cuando Sansón era solo un niño, su madre le contó lo que el Ángel le dijo:
—Mi querido Sansón, yo sé que en este momento eres solo un niño normal, pero eres un nazareo al Señor. El Señor, antes de la fundación del mundo, te ha ordenado con un propósito.
—¿Cuál es, mamita?
—Debes dejar crecer estas siete guedejas de tu cabello y recibirás una gran fuerza que se hallará en estas guedejas. Nunca las afeitarás ni contarás este secreto.
—¿Para qué usaré mi fuerza, mamá?
—Debes usar esta fuerza para librar a Israel de los filisteos; pero si cortas tu cabello, tu fuerza se apartará de ti, te debilitarás y serás como cualquier otro hombre.
Sansón escuchó a su madre a medida que crecía y nunca cortó las guedejas de su cabello ni dejó que nadie lo hiciera. El Espíritu del Señor vino sobre él y utilizó su fuerza para destruir a miles de filisteos, a tal punto que cada filisteo temblaba de miedo al oír el nombre Sansón.
Una vez, ¡Sansón mató a 1.000 filisteos sin ayuda y con la quijada de una mula! En otra ocasión, cuando intentaron capturarlo, Sansón simplemente alzó las enormes puertas de la ciudad y las llevó sobre sus hombros a la cumbre de un monte. Vez tras vez trataron de matarlo; pero la fuerza que recibió del Señor superaba en poder a todo lo que alguna vez habían visto. No había nada o ningún hombre que pudiera igualarla; pero su fuerza solo lo acompañaba mientras conservara sus guedejas.
Aunque Sansón entregó su fuerza al Señor, los problemas le llegaron cuando entregó su corazón a Dalila, quien era enemiga de Dios. Un día, esta mujer malvada convenció a Sansón para que le revelara de dónde venía su fuerza, ¡algo que su madre le dijo que nunca contara! Cuando Sansón se quedó dormido esa noche, Dalila le cortó las guedejas y toda su fuerza lo abandonó. Dalila llamó al ejército filisteo para que capturaran a Sansón, y él había perdido la fuerza para defenderse. Lo encarcelaron en su prisión, donde le sacaron los ojos y lo encadenaron.
Sansón permaneció encarcelado hasta que los filisteos decidieron celebrar la victoria que lograron contra el siervo de Dios. Ese día, probablemente hubo 3.000 filisteos espectadores en lo alto del gran coliseo. Todos se asomaban por los barandales, mirando a su enemigo derrotado, que en una época les causó tantos problemas y mató a tantos de su gente. Pero no notaron algo: las guedejas de Sansón habían empezado a crecer de nuevo desde que lo encarcelaron.
Allí se encontraba Sansón, parado ante la vista de todos, humillado, ciego y derrotado, en medio de las dos columnas que sostenían el enrome coliseo. Él le pidió al niño que lo guiaba que colocara sus manos en cada columna. Fue entonces cuando Sansón clamó:
—¡Dios! Yo sé que aún eres Dios. Estoy ciego; me he descarriado; no soy digno de continuar con vida. Déjame morir con este enemigo. Tú me preparaste para destruirlo y Te he fallado, Señor; pero queda una posibilidad de que me escuches. ¡UNA VEZ MÁS, SEÑOR, UNA VEZ MÁS!
Sansón colocó la mano detrás de su cuello y sintió las guedejas, que habían vuelto a crecer; entonces, recordó la promesa de Dios: Él le daría fuerza mientras tuviera esas guedejas. Mientras oraba y se arrepentía ante Dios, cada fibra de su cuerpo comenzó a vibrar. Él recuperó su poderosa fuerza y apoyó su cuerpo contra las columnas, empujándolas lo más fuerte que podía. En ese momento, todo el coliseo fue derribado hasta los cimientos y mató a todos los filisteos presentes, incluido Sansón. Dios respondió su última oración al darle su fuerza UNA VEZ MÁS para destruir a su enemigo.
Hoy, Dios nos ha dado la fuerza más poderosa que el mundo ha visto, la cual se encuentra en las guedejas de nuestra de fe en Su Palabra. El mundo está intentado quitarnos esta fuerza, así como Dalila se la quitó a Sansón. ¡No permitas que nadie corte tus guedejas! Si tu fe permanece en la Palabra de Dios, entonces conservarás tu fuerza y derrotarás al enemigo cada vez que venga a enfrentarte.