Después de que Moisés sacó al pueblo de Egipto y Josué los guio a la tierra prometida, parecía que los israelitas siempre estaban rodeados de problemas. Tenían que luchar contra sus enemigos todo el tiempo y muchos hasta se apartaron de Dios.
Dios les envió “jueces” a los israelitas para que supervisaran al pueblo y los guiaran en esa época tan difícil. Los jueces eran personas piadosas que siempre consultaban a Dios para saber qué debían hacer.
Una gran jueza de Israel fue Débora…
Débora y su esposo, Lapidot, vivían en el monte de Efraín, bajo “la palmera de Débora”. Los israelitas iban con frecuencia a escuchar su juicio y su sabiduría. De seguro ella era muy sabía y piadosa.
Un día, Débora habló con un gran militar llamado Barac. Ella le dijo que Israel debía atacar a su enemigo, Jabín, el rey de Hazor, y al poderoso capitán de su ejército, Sísara. Barac sabía que Dios había bendecido mucho a Débora, así que le contestó que solo iría a la guerra si ella lo acompañaba.
Débora estuvo de acuerdo; pero, antes de marchar a la guerra, le dejó algo claro: Dios haría que una mujer, y no Barac, matara al poderoso capitán Sísara.
Barac reunió diez mil hombres para la batalla y Sísara reunió a todos los suyos y ¡también 900 carros de hierro!
En cuanto la batalla comenzó, fue evidente que el Señor estaba con los israelitas. Ellos derrotaron al ejército de Sísara, pero él escapó. Corrió lo más rápido que pudo para alejarse de la batalla y así salvar su vida.
Cuando Sísara llegó a la tienda de una mujer llamada Jael, seguramente creyó que ya estaba a salvo. Ella le dijo que entrara y que no se preocupara, pues lo ayudaría a esconderse.
Sísara entró de inmediato y se escondió bajo una manta. El malvado Sísara estaba exhausto y sediento, así que le rogó a Jael que le diera agua. En lugar del agua, Jael le dio un enorme vaso de leche deliciosa.
Con el estómago llenó de ese gran vaso de leche y arropado con una manta, Sísara se quedó dormido en seguida. En ese momento, Jael se acercó cuidadosamente y mató al poderoso y malvado capitán, Sísara, el enemigo de Israel.
Cuando el poderoso guerrero Barac por fin llegó a la tienda para derrotar a su enemigo, ¡se dio cuenta de que una pequeña mujer llamada Jael ya lo había hecho! Las palabras de Débora se cumplieron: ¡Dios entregó a Sisara en las manos de una mujer!
Débora y Barac celebraron la maravillosa victoria que Dios les dio. ¡Cantaron para agradecerle al Señor!