Yo era un pececito que vivía en un lago de las montañas de Kentucky, cerca del lugar donde nació el Hermano Branham. Mis amigos me llamaban “pequeño Gill” porque yo era pequeño comparado con las demás mojarras; pero yo podía nadar muy rápido y siempre les ganaba a mis amigos cuando conseguíamos comida.
El lugar que más nos gustaba visitar era una pequeña bahía del lago donde el agua siempre estaba agradable. Supongo que al Hermano Branham también le gustaba visitarlo, pues allí lo conocí por primera vez. ¡Sentía que podía nadar a 150 kilómetros por hora en esa agua!
Se vive muy tranquilo rodeado de la hermosa creación de Dios. Sabía que el Hermano Branham iba ese lugar para descansar de su gran ministerio. Pero hasta en ese lugar alejado Dios acompañaba a Su profeta.
Una hermosa mañana, el Hermano Branham y sus amigos, los hermanos Banks y Lyle Wood, estaban pescando en el lago donde yo vivía. Me sentía muy feliz de volverlos a ver. Me gustaba mucho escucharlos hablar del Señor y, esa mañana, parecía que estaban más concentrados en hablar que en pescar. Entonces, el Hermano Branham les dijo que fueran un rato a una pequeña bahía para pescar mojarras. Me alegré mucho, ¡pues esa era mi bahía favorita!
Los seguí hasta la bahía mientas escuchaba atentamente todo lo que el Hermano Branham decía sobre el Señor. Entonces, vi que algo delicioso cayó al agua. Nadé muy rápido para atraparlo antes que mis amigos.
¡En seguida me di cuenta de que había atrapado el anzuelo del Hermano Lyle y me lo había tragado! Nadé con todas mis fuerzas para lograr soltarme, pero fue inútil. ¡Estaba asustado!
El Hermano Lyle me sacó del agua enrollando el sedal e intentó retirar el anzuelo, pero ¡no lo lograba! Él jaló muy fuerte hasta que finalmente sacó el anzuelo; sin embargo, me lastimó terriblemente. Me volvió a dejar en el agua para que pudiera respirar, pero ya era demasiado tarde. Mis amigos me contaron que aleteé unas cuantas veces y luego quedé flotando en la superficie del agua, donde morí.
Estuve flotando sin vida en el agua durante unos 30 minutos. De repente, ¡ocurrió un milagro!
El Espíritu de Dios descendió a ese valle, a tal punto que parecía que iba ocurrir el Rapto. Entonces el profeta de Dios pronunció estas palabras: “Pececito, en el Nombre de Jesucristo, regresa a la vida.
Me di la vuelta y nadé lo más rápido que pude hacia donde estaban mis amigos peces. ¡Recuperé la vida! Ese día, ¡el Señor Jesucristo demostró que Él era Dios al resucitarme de la muerte!
Jamás olvidaré lo que el Señor hizo por mí ese día. Por todo el mundo el Hermano Branham contó mi testimonio, de que Dios sigue siendo Dios aun cuando se trata de las cosas pequeñas, como nosotros, los peces. Hoy en día, mi testimonio aún se cuenta en las cintas y ¡en esta revista de Cub Corner!
¡Nunca olvides que Dios puede hacer LO QUE SEA por ti!