Una vez, cuando el Hermano Branham viajaba, tuvo que pasar la noche en Memphis, Tennessee. La aerolínea le consiguió una habitación en un hotel mundialmente famoso: el Hotel Peabody. El avión del Hermano Branham estaba programado para partir a las siete de la mañana siguiente. Cuando él se levantó, decidió encargarse de unos asuntos antes de dirigirse al aeropuerto. Cogió sus cartas para dejarlas en el buzón y luego se fue.
Cuando el Hermano Branham caminaba por la calle, Algo le dijo: “Ve en dirección contraria”. Al principio él pensó que sólo era su imaginación; pero pronto se dio cuenta que era el Señor hablándole. De inmediato se devolvió y comenzó a caminar en la otra dirección.
El Hermano Branham caminó y caminó hasta acercarse bastante al Río Mississippi. Llegó a un lugar en donde vivía mucha gente de color. Había caminado tanto tiempo que estaba seguro que lo había dejado el avión; pero el Hermano Branham no podía dejar de seguir al Espíritu, que lo guiaba.
Mientras se alejaba más y más del hotel, cantaba el antiguo canto Estoy contento de decir que soy uno de ellos. En ese momento, vio una dama de color anciana y corpulenta, parada en el patio de su pequeño y humilde hogar. Tenía una camiseta de hombre enrollada en la cabeza y estaba recargada en su pequeña cerca blanca.
“Buenos días, Párroco”, dijo ella (párroco es una palabra sureña para predicador).
“Buenos días, Tía”, respondió el Hermano Branham. “Por cierto, ¿cómo sabía que yo era un párroco?”.
Ella respondió que la noche anterior tuvo un sueño que mostró que él vendría, y que ella tenía un hijo enfermo en la casa.
El Hermano Branham no tardó en entrar y orar por el joven. Estaba muy, muy enfermo. El muchacho estaba casi inconsciente. Creía que estaba en un bote remando por un lugar muy, muy oscuro.
Cuando el Hermano Branham terminó de orar, el muchacho dijo: “El lugar se está iluminando”. En pocos minutos estaba sentado en su cama, hablando. ¡Dios sanó al joven!
Ahora el Hermano Branham se había retrasado más de dos horas del avión, pero Dios también había resuelto eso. En cuanto llegó al aeropuerto, ¡oyó la última llamada de su vuelo a Louisville! Dios retuvo el avión de Su siervo lo suficiente para que él orara por ese muchacho y regresara al aeropuerto. ¡Dios siempre está a tiempo!